Nunca somos tan felices ni tan desdichados como nosotros creemos.
Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.
Todos poseemos suficiente fortaleza para soportar la desdicha ajena.
El amor, como el fuego, no puede subsistir sin un movimiento continuo y muere en cuanto deja de esperar.
Ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo.
La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes cualidades estriba en haber nacido sin envidia.
La virtud no iría muy lejos y la vanidad no la hiciese compañía.
Si en algunos hombres no aparece el lado ridículo, es que lo hemos buscado bien.
A veces es necesario hacerse el tonto para evitar ser engañado por los sujetos demasiado listos.
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